Amada mía, niña sonriente, dormida
placidamente en un lecho pálido como
tu dorso, con sábanas que apenas
cubren tus desnudas y lindas piernas.
Acariciando suavemente tu cabello color dulce
beso tus descubiertos hombros
creando una electricidad ya no suficiente
como para arrebatarte de los brazos de Morfeo.
Con una sonrisa en el rostro veo por la ventana
las diversas luces que a modo de punzante hormigueo
iluminan las gotas de lluvia que humedecen
tu ya anterior humedo y tibio cuerpo.
Esta lluvia limpia el sudor de mi rostro
aunque no la sangre que te baña,
mas cuando te despiertes no deberás llorar,
porque estare brindando desde donde me encuentre
en honor a nuestra y mi última noche.
jueves, 30 de julio de 2009
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